Era una noche cálida, yo estaba en una cabaña, arreglándome para la que creía que posiblemente iba a ser una de las mejores noches de mi vida. Aquella noche Danny había alquilado una cabaña junto a la playa. Se podía decir que Danny era el bombón de la clase y un rompecorazones, excepto conmigo, me trataba como una princesa, o eso creía yo. Yo iba con un vestido blanco con volantes, era ancho y por encima de la rodilla. Me había pintado los labios de un color rojo pasión brillante y los ojos, sólo con rimel. Mi cabello castaño claro, ya ondulado por haber llevado coleta, se dejaba caer por los tirantes del arrugado vestido. Me dirigía hacia la fiesta, apenas se tardaban 2 minutos en ir y yo ya llegaba 5 tarde. Cuando llegué allí no había nadie donde habíamos quedado, estuve esperando 45 minutos pero Danny seguía sin aparecer. Llegué a mirar el móvil 20 veces pero no se dignó ni a mandarme un mensaje. Aquella noche iba a ser una de las mejores de mi vida, pero todo estaba saliendo mal, hasta que noté como alguien me agarraba de la cintura y me susurró, el mismo susurro que escuchaba todas las noches en mis sueños… “sígueme…” decía aquella voz tan dulce. Me di la vuelta para ver quien era pero no había nadie. Decepcionada, dejé mi copa sobre la barra y me fui a caminar por la costa con la esperanza de que él, el chico de mis sueños volviese a aparecer.
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